En el contexto actual de transformación educativa y cambio en los roles sociales, la paternidad emerge como un espacio de aprendizaje continuo y profundamente humano. Para educadores, psicopedagogos y especialistas en tecnología educativa, reflexionar sobre cómo aprender a ser padre no solo permite entender nuevas dinámicas sociales, sino que también facilita la incorporación de modelos parentales más conscientes, empáticos y colaborativos con el proceso de aprendizaje y desarrollo de los niños. A partir del enfoque planteado en un artículo reciente de Página 12, surgen importantes claves que nos permiten comprender la paternidad como una experiencia de enseñanza-aprendizaje tan desafiante como vital.

La paternidad como viaje formativo
A diferencia de los modelos tradicionales que consideraban la paternidad como una función asignada automáticamente por la biología y los roles de género, los estudios contemporáneos, como los analizados por el periodista Martín Tognolini en Página 12, entienden la paternidad como una construcción socioemocional. Al igual que sucede en el aprendizaje formal, se trata de un proceso que requiere tiempo, acompañamiento, reflexión y, sobre todo, disposición a modificar las propias creencias.
En ese sentido, se vuelve fundamental abandonar la idea del «instinto paternal» como certeza inalterable para adoptar una mirada que posicione la paternidad como práctica situada: se aprende en la relación cotidiana, en el error, en el encuentro emocional con los hijos y en el diálogo con otras figuras adultas significativas. Como sugiere el psicólogo Alejandro Mira, citado por Página 12, «ser padre no se hereda: se aprende, y muchas veces se reaprende».
Modelos de aprendizaje: de lo vertical a lo horizontal
Las nuevas miradas educativas invitan a implementar relaciones horizontales entre educadores y educandos. De forma análoga, el modelo de paternidad que promueven muchas voces actuales se aleja del paradigma verticalista, autoritario y rígido que predominó durante gran parte del siglo XX. En su lugar, se promueve un vínculo basado en la escucha, el cuidado activo y el reconocimiento del niño como sujeto de derechos y saberes.
Este enfoque está en línea con las corrientes de crianza positiva, que se centran en promover relaciones familiares empáticas, predictibles y emocionalmente seguras. Así, el padre no es el juez ni el proveedor incuestionable, sino alguien que acompaña procesos, contiene emociones y participa activamente en la vida cotidiana de sus hijos.
Para muchos padres que no crecieron en este ambiente, aprender este nuevo modelo implica desaprender mucho de lo internalizado en su infancia. Es aquí donde las herramientas tecnológicas, los acompañamientos psicoeducativos y las experiencias comunitarias se vuelven clave: permiten a los adultos resignificar su historia y proyectarse hacia una paternidad más nutriente y menos punitiva.
Educación emocional y corresponsabilidad
Uno de los hallazgos más consistentes de la psicología del desarrollo es que los vínculos primarios construyen la base emocional sobre la cual los niños configuran su autoestima y habilidades sociales. Por eso, no sorprende que el discurso actual sobre la paternidad enfatice la relevancia de la presencia emocional del padre, más allá de su rol económico o normativo.
Según el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, cuyos investigadores fueron citados por Página 12, los afectos no se transmiten de forma espontánea: requieren espacio, contacto y capacidad de sintonía. Aprender a ser padre demanda entonces poner en juego una habilidad clave que la educación formal muchas veces descuida: la inteligencia emocional.
La corresponsabilidad parental también aparece como una dimensión crucial. Romper con el mandato de que el cuidado es responsabilidad exclusiva de las madres implica revisar no sólo prácticas cotidianas, sino marcos legales y culturales. Esto se traduce, por ejemplo, en licencias por paternidad más equitativas, horarios laborales compatibles con la crianza y visibilización de los padres presentes como modelo deseable y no excepcional.
La importancia del entorno: comunidad, redes y cultura
El aprendizaje de la paternidad no se da en aislamiento, como no se da ningún aprendizaje significativo. Aquí entra en juego un concepto clave en pedagogía: el entorno como estructura de sostén. Las redes comunitarias, los espacios educativos no formales, los grupos de reflexión para padres y los contenidos digitales de calidad se vuelven fundamentales para generar un ecosistema que acompañe y potencie el proceso de ser padre.
En diferentes iniciativas impulsadas por universidades públicas, medios de comunicación y organizaciones sociales, se promueve una paternidad activa, presente y crítica. Tal es el caso del programa “Paternidades” desarrollado por la Universidad Nacional de General Sarmiento, que busca brindar formación y recursos a varones que desean desempeñar su rol desde un compromiso consciente. Esta política de intervención educativa no solo empodera a los padres, sino que también transforma el imaginario social acerca de la masculinidad y la ternura.
Además, la cultura —a través de libros, cine, música e incluso videojuegos— también moldea la forma en que los hombres se vinculan con la idea de ser papá. Desde figuras como Atticus Finch en «Matar a un ruiseñor» hasta las películas de Pixar que exploran conflictos generacionales, los relatos van configurando nuevas formas de entender el amor paternal, más sensible y menos estereotipada. Dar lugar a estas narrativas en la educación contribuye a abrir conversaciones y a validar emociones.
Errores como oportunidades: pedagogía de la falla
Una de las ideas más poderosas de la pedagogía contemporánea es concebir el error como parte esencial del proceso de aprender. Esta perspectiva cobra aún más valor al hablar de paternidad, una experiencia atravesada por la incertidumbre y la falta de modelos unívocos. A ningún padre “le sale todo bien”, pero cada error puede ser una puerta a la revisión, al diálogo y al crecimiento compartido con sus hijos.
El error no debería generar culpa aplastante, sino responsabilidad reparadora. Para eso, se necesita construir una cultura del aprendizaje afectivo, en la que los padres puedan expresar dudas, pedir ayuda y buscar mejorar sin ser juzgados por no estar a la altura de un ideal inalcanzable. La formación docente, los espacios de primera infancia y las tecnologías educativas deben incorporar esta sensibilidad en sus propuestas, propiciando miradas comprensivas sobre la paternidad.
La tecnología como aliada del aprendizaje paternal
En tiempos digitales, las posibilidades de acceder a recursos para aprender sobre crianza y paternidad se multiplican. Aplicaciones móviles, podcasts, plataformas de mentoría virtual y redes sociales especializadas permiten a muchos hombres conectarse con experiencias diversas, consultar a expertos y resolver dudas cotidianas de forma rápida y accesible.
No obstante, también existe el riesgo de una sobreinformación que paraliza más que empodera. Por eso, resulta necesario desarrollar competencias digitales críticas que permitan distinguir fuentes confiables, interpretar datos con perspectiva y aplicar de forma flexible lo aprendido. En este sentido, instituciones de referencia como la UNICEF recomiendan favorecer entornos digitales seguros, con orientaciones claras y diversidad de voces.
Además, muchas experiencias de padres jóvenes se están retransmitiendo en tiempo real a través de canales de YouTube, TikTok y newsletters especializadas. Esta visibilidad pública transforma la paternidad en un fenómeno socialmente compartido, que deja de estar confinado a la privacidad del hogar para convertirse en objeto de debate comunitario. Es un cambio de paradigma: del silencio al intercambio, de la idealización a la autenticidad.
Educar para un nuevo tipo de masculinidad
En última instancia, aprender a ser padre requiere desaprender una masculinidad fundada en la distancia emocional, el control y la autosuficiencia. La paternidad, bien entendida, no debilita la identidad masculina, sino que la redefine en clave de cuidado, ternura y responsabilidad afectiva. Así como en las aulas promovemos que los niños y niñas cuestionen los estereotipos de género, también es necesario formar a los adultos para que abracen modelos masculinos más abiertos, vulnerables y conectados.
Este enfoque no solo mejora los vínculos familiares, sino que tiene un impacto profundo en la salud mental de los varones, en la equidad de género y en la calidad del tejido social. Ser un «buen padre» hoy significa también ser un ciudadano comprometido con la justicia emocional, un educador cotidiano y un aprendiz permanente. Es una tarea exigente, pero también profundamente formativa y revolucionaria.
Conclusión: Educar a los padres, transformar la sociedad
Si aceptamos que ser padre se aprende como cualquier otro rol vital, entonces debemos proporcionar espacios, recursos y modelos que permitan a los hombres transitar este camino de forma activa y reflexiva. La educación —formal, informal y digital— debe incorporar esta perspectiva, brindando herramientas para que la paternidad deje de ser un mandato naturalizado y se convierta en una elección consciente y amorosa.
Desde la mirada de la educación y la pedagogía crítica, reconocer la paternidad como proceso de aprendizaje no solo transforma la experiencia individual de cada padre, sino que también abre la posibilidad de construir sociedades más equitativas, empáticas y humanas.